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Los Brutales Últimos Días de las Esposas de los Líderes Nazis | Berlín 1945

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manoel22
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Mientras el Tercer Reich se desmoronaba y Berlín era reducida a ruinas, las mujeres más cercanas al poder nazi no observaron el final desde la distancia. Algunas, como Eva Braun, Magda Goebbels o Emmy Göring, lo enfrentaron desde el núcleo mismo del colapso, tomando decisiones marcadas por la lealtad, el fanatismo o el miedo.

Eva Braun eligió regresar a la capital cuando ya no quedaba esperanza de victoria. A diferencia de tantos otros, no fue obligada ni engañada: volvió por voluntad propia, decidida a acompañar a Hitler hasta el último instante. Desde su llegada a la Cancillería, su presencia se volvió constante en el círculo íntimo del Führer. Se instaló en el búnker, compartió con él cenas, celebraciones y veladas de aparente normalidad mientras el desastre se acercaba. Participó silenciosamente en el aislamiento del dictador y asumió su papel con frialdad calculada. Cuando los soviéticos rodeaban ya el centro de Berlín, Eva organizaba fiestas improvisadas, brindaba con champán y rechazaba cualquier posibilidad de huida. Finalmente, tras el matrimonio secreto con Hitler, sellaron su destino con un pacto de muerte que consumaron el 30 de abril de 1945.

Magda Goebbels, en cambio, vivió el desplome desde otra dimensión: la maternidad. Desde su residencia de Lanke, intentó mantener una rutina familiar para sus seis hijos, alejándolos del ruido de la guerra. Pero cuando el frente alcanzó Berlín, los trasladó al búnker por decisión propia. Rechazó todas las ofertas de evacuación, incluso las que incluían a sus hijos, y eligió permanecer junto a su marido. En sus últimos días, cocinaba para los niños, remendaba su ropa y mantenía una calma inquietante. La decisión final ya estaba tomada: no habría futuro posible para su familia fuera del ideal nazi. El 1 de mayo, tras escribir una carta de despedida a su hijo mayor, Magda asesinó a sus hijos uno por uno en el refugio. Horas después, se quitó la vida junto a Joseph Goebbels en los jardines de la Cancillería, convencida de que el mundo que llegaba no merecía a sus hijos.

Lejos del estruendo de Berlín, Emmy Göring vivió otro encierro, menos violento, pero igualmente devastador. En Karinhall, su residencia alpina, fue testigo del colapso político de su esposo. Tras un intento fallido de tomar el mando del Reich —basado en un decreto anterior de Hitler—, Hermann Göring fue acusado de traición, destituido y colocado bajo arresto domiciliario por orden directa del Führer. Emmy, aislada junto a su hija pequeña, vivió durante días bajo la amenaza de una ejecución inminente. Finalmente, fueron trasladados a una residencia familiar en los Alpes, donde lograron evitar la muerte gracias a la intervención de oficiales leales. Pero el golpe más duro llegó meses después: Hermann se quitó la vida en su celda de Núremberg, la noche previa a su ejecución. Emmy, tras recibir la noticia, no se quebró. Su reacción fue de comprensión amarga: él había escapado del destino que tanto temía. Lo perdió todo, pero no renegó de su pasado. Siguió escribiendo a su esposo y se aferró a su hija Edda como única razón para seguir adelante.

Este documental narra cómo, en los días finales del Tercer Reich, estas mujeres no fueron solo testigos. Fueron protagonistas del derrumbe, cada una desde su encierro, sus creencias y su lealtad inquebrantable.

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